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¿Quién toma las decisiones arquitectónicas? Autoría, cliente y usuario en el proceso del diseño
Más allá de la firma del arquitecto, cada edificio es resultado de una coreografía de voces, intereses y responsabilidades. La pregunta por la autoría hoy no se reduce al plano legal o creativo, sino que remueve una discusión profunda sobre quién tiene el poder —y la responsabilidad— de definir los espacios que habitamos.
Arquitectos y arquitectas proyectan, interpretan, proponen. Pero no trabajan en el vacío. En el proceso, aparece el cliente, que financia y encarga, y aparece el usuario, que habita, transforma y da sentido al espacio. Cada uno tiene expectativas y marcos de decisión distintos.
Estudios etnográficos realizados en estudios europeos muestran cómo la figura del usuario suele quedar difuminada. En muchos casos, los arquitectos trabajan desde una proyección sobre él: lo imaginan, lo suponen. Rara vez hay un diálogo directo que permita incorporar sus hábitos reales, sus contradicciones o sus necesidades invisibles. El usuario es más bien una hipótesis.
En contraste, otros estudios revelan que los proyectos residenciales que alcanzan mejores resultados tienden a surgir cuando existe aprendizaje mutuo entre cliente y arquitecto. Cuando el cliente logra comprender el sentido detrás de ciertas decisiones técnicas o espaciales, se involucra con mayor profundidad y enriquece el proceso. El arquitecto, en ese escenario, deja de ser un proveedor de formas para convertirse en un mediador cultural entre el habitar y el construir.
Esto ha impulsado una revisión del concepto clásico de autoría. La arquitectura contemporánea, sobre todo en proyectos con fuerte carga ética o urbana, reconoce la práctica como colectiva. Participan diseñadores, clientes, usuarios, consultores, comunidades, organismos públicos. La “decisión arquitectónica” se vuelve un proceso distribuido. Y aunque el arquitecto mantiene el rol de articulador, su firma se escribe en plural.
En el fondo, preguntarse quién decide no es una cuestión de control, sino de responsabilidad compartida. Una buena obra no es solo la más estética o funcional, sino la que refleja una relación genuina con quienes la hacen posible: los que la piensan, los que la financian y los que la viven.
En Puerto+Arquitectura creemos que las decisiones que dan forma a un espacio también reflejan los valores que lo sostienen. Y por eso buscamos —proyecto a proyecto— que la arquitectura no imponga, sino que proponga. Y que en cada decisión haya, siempre, una escucha.

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